Texto académico

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El libro una trampa para el tiempo 

 



«El libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron esa condición efímera, fluyente, que llevaba la experiencia del vivir hacia la nada del olvido».


Emilio Llego. Los libros y la libertad


Estoy agradecido por los que al conocer mis letras se quedaron y por los que se fueron, justo antes de leerme, por el solo hecho del rumor de que mi literatura no sirve para hacer dinero… 


Deseamos que nuestros jóvenes recordaran nuestras ideas de prosa y poesía; es decir, prosa —palabras en un largo viaje de sorpresas ordenas; poesía —las mejores palabras en el mejor ritmo del instante de la singularidad humana. El escritor, el poeta o científico como ser, se entrega a la absoluta invención de significados. Ellos al final caen presas de su propia crítica, ese motor que los empuja más y más a defender la integridad del sujeto en el acto creativo a través de un rechazo implícito de la separación acérrima del lenguaje científico, del  poético y del diseño. La filosofía de una educación humanista científica, al menos, insinúa crear puentes viables para reducir tales pedagogías inmunizadas de lo literario. Los acérrimos kantianos son leales al divorcio de la ciencia y la poesía, y quieren oponerse al intento de mitigar una división que al reducirse crearía humanidad con salvaguarda de la más rigurosa racionalidad. El discurso poético y científico, son una mezcla de revolución creativa Copernicana donde es inadmisible no especular sobre los reinos del saber que por definición, están sobre la posibilidad de decir algo en profundos argumentos y destinar el acento de lo humano como el matiz de una síntesis más allá de la esfera en la que son objetos útiles al mercado laboral. 


Cualquier discurso que deja de lado la intuición intelectual, representa una ruptura con el humanismo científico. La sugerencia que se repite una vez cada día,  es que la poesía no tiene uso, que ignora los intereses de los mercados sobre el producto que las universidades industriales abastecen: un individuo que sabe hacer y está atrofiado para la creatividad ética. ¿Cómo es que se intenta alabar las cualidades del científico y se niega al mismo tiempo el aceptar que necesitamos personas inteligentes en lo humano? Todo se reduce a la diferencia entre una educación que teme dar la espalda a la literatura en las necesidades de su propio tiempo, y este divorcio literario, anula la consistencia de una comunidad académica creativa; conduce a contradicciones evidentes: acreditar una fuerza incorporada a laborar y resistir la previsibilidad de ciudadanos más egoístas e insensibles con el deterioro ambiental.  Una educación sin literatura, es como hormigón sobre suelo fértil. Ser caminado por todas partes sin un instinto o pensamiento para la vida más fresca y oxigenada. 


Nosotros vemos una relación análoga entre la participación estética de una intelectualidad formada en la literatura original y el poder del lenguaje que constituye una conciencia colectiva que empuje a nuevas ideas. Leer y hacer notas que logren un manuscrito para formar en los estilos de pensamiento, es una  práctica viva y lejos de esas formas pasivas de absurda transferencia de información reflexiva y sin procesar por la más mínima justificación racional. En el momento en que escribimos sobre la forma aparte del contenido, nos involucramos en un engaño: las dos no se pueden dividir. No quiere decir que forma y contenido no se puedan enfatizar. Ante esta postura sugerimos las cualidades lingüísticas:


La relación entre sentencias y morfosintaxis.

Las cualidades auditivas emocionales del lenguaje que riman, dan tono y calidad consonante al discurso.

El ritmo de conocimiento.

El tono y color de la narrativa.


El ritmo, puede entenderse como vacaciones controladas en el impulso hacia adelante dentro de páginas de texto. El ritmo está igualmente influenciado por la participación y el deseo de saber del lector, así como por el movimiento natural de investigar toda palabra desconocida. La velocidad del flujo del movimiento de información desde el texto al lector, siempre está jugando con lo que el lector desconoce y pudiera desear conocer. 


Haciendo que el lector quiera saber, se recrea la mejor literatura. Hay maestros de las letras que emplean la ignorancia del lector como energía para moverse entre páginas. Dado este deseo de saber, el escritor siempre está equilibrando las expectativas del lector con pequeñas frustraciones y recompensas inesperadas. El lector no puede aprender con profundidad aquello que primero no le fue justificado, y segundo, se le privó de antecedentes que le permitirían llegar a hacerse preguntas. Si la frustración  es abrumadora debido a un escapes de léxico en el lector, el ritmo se interrumpe tanto que el lector corre peligro de abandonar el texto. Pero, esto es responsabilidad del lector. Cuando un escritor pierde a un lector, una de las tareas más difíciles es calcular qué falló en las expectativas cuando imaginó el escritor un lector ideal. 


El escritor imagina al lector, él es su primer lector y más duro crítico; luego, desciende e  imagina al lector pensando cada pieza de texto, haciendo inferencias sobre el camino que seguirá su curiosidad. En el interés y anticipándose, el escritor crea una literatura con un ritmo de conocimiento único. Esto significa más que tener un tema intrínsecamente bueno, y sincero en su originalidad; se trata de crear un diseño discursivo, eligiendo cuidadosamente las palabras, ensayando y organizando la arquitectura de las sentencias, frases, cláusulas, metáforas… organizando el lenguaje de la manera más eficaz posible. Si el escritor  es impulsado a crear, necesita emociones, no es algo automático o laboral, es un grado de interés, es vivir un ritmo de conocimiento en su propia existencia.


Aunque estamos hablando de la forma de un texto, las cuatro categorías mencionadas, son igualmente una cuestión de contenido. El ritmo de una obra literaria, revela la marca del propio tiempo que marcó al escritor, sin embargo, saber el ritmo exacto es imposible, ya que la propia sociedad reinventa inadvertidamente su propio ritmo de conocimiento.


El escritor probablemente tiene en mente a un lector que se parece a sí mismo, o es un compuesto sin rostro de amigos o estudiantes cercanos. El escritor crea obras que le ayudan a conocer a ese lector ideal. Nosotros como lectores, reconocemos el poema y el argumento más sofisticado por ser desafiantes y demandantes de toda nuestra inteligencia y sensibilidad. No leemos para comprender sobre el escritor, leemos para explorar por dentro del texto muchos espacios, leer y tomar notas, es aprender sobre nuestro ritmo de conocimiento. No importa tanto el tema de un texto, es como es tratado con efectos literarios para sacar de nosotros nuevas perspectivas sobre lo que podemos ser. Si bien, leemos para hacernos de nuevas herramientas y procesos intelectuales, también es ver nuestro propio presente con el optimismo de un mejor futuro. 


La literatura, es el poder que todo hombre debe tener como su aliado y que traspasa tiempos, fronteras geográficas y absurdos raciales. ¿Quién nos dice que la literatura no está de moda y no es placentera como mentor? Cuanto más amas la literatura, sin temer el resultado de la no reciprocidad utilitaria, monetaria o laboral; verás la forma en que amas, como un medio que tal vez nunca te permita tirar el presente, por seguir a la manada irreflexiva. El tiempo se irá más rápido que cualquiera que haya caído en la desgracia del tedio, sin embargo, sin literatura no hay ninguna posibilidad de que nuestra rebeldía se mantenga o se renueve.


La emoción incómoda que siente un profesor cuando sus estudiantes manifiestan simular un interés por la literatura, se arrastra por la columna vertebral de la academia. Un libro tiene tantas cosas que le encantaría decirte. Tantas preguntas hacerte. Abrir el horizonte donde solo miras ruinas. Trae el mensaje de que hay algo mejor esperándote, pero solo espera de ti el más honesto intento de ganar profundidad en sus letras y números. Pero necesita un período de gracia para madurar, no es un medio económico en tiempo, pero sí un medio que hace más intenso el tiempo. Sin literatura se nos viene la noche, los bocetos hechos de conceptos atrofiados, inertes y vertidos mecánicamente presagian dolor. Cuando la vida no tiene sabor, es justo allí su rostro más triste, empiezas a notar que tus ideas no se renuevan y te hacen morir antes de tu tiempo.


Esta es la razón por la que el contenido debe ser igual a la forma, como lectores, debemos estar seguros de que el ritmo del conocimiento esté sincronizado con la forma  en que estamos tocando a otro ser humano que está hablando por la pasión, o al menos porque él o ella no pudo permanecer en silencio en el texto. Cuando la forma  es más importante que el contenido, cuando existe para deslumbrar o aparentar decorar o distraer, entonces la forma no está surgiendo de las necesidades del contenido, sino que está utilizando retórica sin elegancia literaria; es decir, intenta convencer de que cumple su propósito como un artefacto, y no como un arte. El efecto final sería frustrarnos, porque estamos buscando, en última instancia ser movidos de nosotros mismos, para ser capaces por un segundo de alejarnos y vernos a nosotros mismos progresar en relación con el mundo. Cuando los efectos de un texto utilizan retórica sin más efectos literarios, puede haber una elevación momentánea mientras sentimos que nos estamos informando en un nuevo camino para la comprensión, pero esto es seguido por la frustración o la indiferencia final cuando descubrimos que el camino no lleva a ninguna parte, si en el no hay signos de pasión o inspiración en hacer del conocimiento una empresa de explorar lo desconocido para hacer a otros felices y hacerle así a nuestra persona un viaje digno en la literatura. 


Escribir en la Universidad Nicolaita. Cuando la literatura en la academia solo sigue el criterio de informar al estudiante o sociedad en general, afecta el deseo del lector de encontrar pasión por el conocimiento. Cuanto más fuerte es ese deseo, menos posibilidad tiene el lector de frustrarse. Si el lector no puede sentir la pasión del ritmo de conocimiento, no tendrá ninguna oportunidad. Por ello, nosotros diseñamos cada texto más allá de la claridad de presentar información, debe quedar sincronizado con el ritmo de ganar profundidad racional y estética. Pero es una cuestión de cómo se presenta la información acompañada de efectos literarios. Siempre es peligroso para el lector pensar que el profesor escritor está dando respuestas en lugar de la mano para buscarlas y llevarnos hasta el límite nuestros talentos. Todos lo que deseamos de una pieza de literatura es el sabor del descubrimiento. Ese descubrimiento no se puede engañar con solo informar, debe ser promulgado por una narrativa; Whitman, Neruda y Yeats construyeron magistralmente una literatura de la búsqueda de la justicia, el amor y el arte sin fronteras. 

 

A menos que el lector tenga algún sentimiento previo sobre el escritor, la voluntad de confiar es lo único que el lector puede dar al escritor de forma gratuita, y no se basa en en algo que el escritor ha hecho, sino en toda la relación del lector con la literatura original. Es importe aquí, precisar a la literatura original, esta la definimos como auténtico arte dentro de un estilo de pensamiento (poema, disertación, artículo, ensayo, guión…) expresado en la individualidad inédita de la mirada de los efectos literarios del escritor. No basta con ser una información original un texto para ser este tipo de literatura original, sino que además, en él debe hacerse presente el arte literario. El enemigo de la literatura original es sin duda la mecanización del texto tan presente en manuales de placas, estufas, autos y muchos programas educativos instruccionales. 


Pero por otro lado, es algo oscuro la voluntad de confiar. Si el escritor no recompensa esta confianza en los primeros momentos del texto, está en problemas, porque cuanto más tiempo tarde el escritor en recompensarlo, entonces más difícil será conservarlo. La mayor parte de nuestra voluntad de confiar se basa en la expectativa de que el texto nos hable de nuestra vida en ese espacio de significado. Si no podemos encontrar esto, debemos encontrar otra cosa: humor, belleza de la estructura racional y el léxico, inteligencia, excentricidad… pero no importa la fuerza de estos elementos, serán básicamente decorativos a menos de que el texto hable primero a la vida del lector con una narrativa llena de efectos literarios. 


Para hacer que el texto sea importante para el lector, puede ser necesario que el escritor piense no solo en informar, sino en lo que es una experiencia de vida en el conocimiento, creando un ritmo que compita por la tensión del lector. Los lectores estamos constantemente preocupados por nuestro pasado, presente y futuro, y estamos rodeados de un aluvión de distractores, por no hablar de la incertidumbre extrema de la vida privada moderna. Vivimos en una época en la que, debido a la gran variedad de entretenimiento público, la naturaleza de la industria de la publicidad y la penetración de los medios de comunicación, nos bombardean sin misericordia. El escritor debe confesar que la literatura es un refugio para el lector agobiado. Puede que el lector prefiera la magia para su persona de la literatura y no el ruido de los medios masivos de información. Puede que el escritor deba ser menos agresivo con la cantidad de lo que informa, y más dedicado a crear experiencias narrativa cautivadoras que administran etapas de sorpresas.


Podemos comenzar a leer un texto con entusiasmo o interés leve, escepticismo o franca incredulidad. Esta expectativa se ve en parte afectada por el lugar donde encontramos el texto, por nuestro conocimiento del escritor, estamos seguros de que él atiende la experiencia visual del texto en la página, elementos de títulos y primeras líneas que toman nuestra atención e interés, tipografía, palabras apropiadas; pero es responsabilidad del lector encontrar el lugar material para hacer una concentración significativa para su lectura: en su mesa de trabajo, en un parque, en el aula de la universidad, en la biblioteca, en la banqueta de la calle, en el transporte público o en su cómoda cama o sillón.  


El escritor debe tener cuidado de no condicionar cuándo y dónde es apropiado leer su texto. Si bien, es necesario imaginar a un lector ideal en un lugar ideal, en el momento de producir las piezas de texto el escritor piensa que está cómodo y en la mejor concentración cognitiva. Entonces sus opciones literarias comienzan a ser influenciadas por lo ideal dentro de los objetivos de diseño discursivo del proyecto literario. 


El escritor en cada jornada de trabajo, confía en la teoría literaria del diseño, y deja fuera, sin duda alguna, la preocupación del resultado final del texto material. El escritor se preocupa de la claridad de la propuesta literaria, pero no por las críticas buenas o malas que se pudieran dar sobre la información, es más cuando se le pregunta, es fácil darse cuenta de que él asume un papel sobre sí mismo del más feroz crítico. Ver las cosas con claridad iluminadora para la curiosidad, y aprender a vivir sencillamente con desesperación cotidiana por el arte de composición, pero no como una necedad de publicar para no morir de hambre. Sobrevivir, es una suerte de salir del trance de la literatura a la vida, sin caer en la soledad de la más profunda tristeza como le pasó a Virginia Woolf. 


En cuanto al conocimiento previo del lector, el escritor en su diseño, puede hacer mucho dando antecedentes y precisando los conceptos fundamentales necesarios para la comprensión del cuerpo del discurso de la obra. Pero lo mejor que puede hacer el escritor es resignarse a que el lector, es el único responsable de investigar todo aquello que está  fuera de su léxico, habilidad gramatical y cultura en general. Si un lector se acerca al texto, entonces el escritor debe trabajar más duro para ganar su confianza entre páginas y párrafos; y queda a nivel de frases si quiere ser más minucioso. 


El acercamiento del lector está muy influenciado por comentarios previos sobre la obra, así que la mejor publicación del escritor es la obtenida a través de la crítica generada de lector a lector. Como lector, no solo llamamos nuestra atención a las ideas, sino que también aportamos una enorme riqueza de interpretación y difundimos lo que hay de bueno en los textos. Si el texto es delgado, mecanizado y frío, las expectativas del lector se deterioran hasta que decide simular o abandonar al texto. 


El lector es principalmente impulsado a través del texto por la energía del ritmo de conocimiento y su sincronía con la forma de su estructura. Esto proviene de muchos efectos literarios que elevan las expectativas del lector. La literatura moderna juega con la extensión de frases entre 8 a 25 palabras, con párrafos de 1 a más de 4 páginas enteras de extensión. Cualquiera que sea la forma  debe haber un diseño de planificación textual, sin dejar al azar los efectos literarios que darán carácter a la obra. Después de tomar el tamaño de extensión, claridad, contenido y forma, así como estimación de la complejidad, es necesario que el lector tome al título como bandera del viaje. Al combinar la información argumentativa, literaria, instruccional, técnica…, ese equilibrio empuja al lector hacia adelante en una nueva voluntad de confianza o se vuelve rebeldía y abandono de la obra.


El título no es solo una etiqueta, crea el tono de la obra y da información de lo vertebral del texto, delinea el enfoque. Un título puede cautivar al lector desde la primera línea o desalentarlo cuando la obra no está a la altura de lo que el título la antecedió. Un título ayuda al lector a establecer un contexto, dando una idea de lo que es importante; puede crear tensión mediante el uso de lenguaje emocionalmente cargado. Si el texto se intitula  “Verdad”, comenzamos a leerlo de una manera diferente a como lo haríamos si se llamara “sesgo cognitivo”. Junto con la apariencia visual de la portada, el título, sus pocas palabras iniciales son tres factores influyentes: influyen en la expectativa del lector; en la decisión de confiar en el texto y la columna vertebral temática.


La literatura universitaria no puede seguirse desmarcando de sí misma, y quedarse solo en una divulgación centrada en informar, alejada de lo curricular, más aún, del arte literario de nuestro tiempo.